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Neurodivergencia: Una Nueva Perspectiva para Entender la Diversidad Humana

El Caso de una Abogada Neurodivergente y el Camino hacia la Visibilidad

A simple vista, lo tenía todo: abogada, profesora universitaria, con dos maestrías y presencia habitual en foros internacionales. Resolvía problemas complejos con una mirada fresca y soluciones originales. Brillante, sí, pero profundamente sola. Detrás del éxito, la ansiedad le apretaba el pecho. La depresión la visitaba cada noche, sobre todo después de reuniones sociales donde sentía no encajar, no comprender los códigos, no “ser normal”.

Durante años cargó con la culpa. Pensaba que algo en ella estaba mal: era demasiado intensa, demasiado dispersa, demasiado sensible. No fue sino hasta los cuarenta que un diagnóstico le cambió la vida: autismo de alto funcionamiento, antes conocido como Síndrome de Asperger. Entendió, al fin, que no era débil ni estaba rota. Era neurodivergente.

El término neurodiversidad, acuñado por Judy Singer en los años noventa, describe las diferencias naturales en la configuración neurológica de algunas personas. Abarca condiciones como el Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH), los trastornos del espectro autista (TEA), la dislexia (dificultad para leer), la discalculia (dificultad para manejar números), la dispraxia (torpeza motriz), la dis conectividad social, entre otros estilos cognitivos atípicos. Más que una etiqueta clínica, el concepto surge de los movimientos sociales y propone reconocer que la diversidad mental también forma parte de la diversidad humana.

La neurodiversidad no es una enfermedad, sino una forma distinta de experimentar, procesar y responder al mundo. En contraste, el cerebro neurotípico opera dentro de los márgenes estadísticos de lo que se considera “normal”. Esta comparación ha permitido visibilizar que muchas de las llamadas “patologías” asociadas a la neurodivergencia no son fallas biológicas, sino el reflejo de un entorno social poco empático, mal informado y diseñado para una única manera de pensar.

Tal como ocurrió con la homosexualidad —retirada del Manual de Trastornos Mentales (DSM) en 1973 tras años de lucha social y evidencia científica—, hoy muchos expertos cuestionan si es ético seguir clasificando las formas neurodivergentes de existir como “trastornos”. Investigadores como el Dr. Thomas Armstrong, autor de El poder de la neurodiversidad, y organizaciones como el Centre for Neurodiversity Research at Work en Australia, impulsan esta visión: la neurodiversidad como una oportunidad evolutiva, no como una disfunción.

Entre las características más comunes de los cerebros neurodivergentes se encuentran:

  • Alta sensibilidad sensorial y emocional
  • Pensamiento no lineal y creatividad fuera de lo común
  • Hiperfocalización o dispersión de la atención
  • Dificultades para adaptarse a normas sociales rígidas
  • Procesamiento de información de forma visual o multisensorial
  • Necesidad de rutinas para regular la ansiedad
  • Autopercepción intensa, con tendencia a la autocrítica

No son cerebros rotos. Son cerebros en conflicto con un sistema que no los comprende ni los abraza.

A nivel global, se estima que 1 de cada 36 niños está dentro del espectro autista (CDC, 2023) y que entre un 3 y un 7 % de la población vive con TDAH. Sin embargo, las cifras están profundamente sesgadas por género: las mujeres suelen ser diagnosticadas muchos años más tarde —si es que llegan a recibir un diagnóstico— y, a menudo, solo después de sufrir episodios graves de burnout, trastornos alimenticios o depresión. ¿La razón? Los criterios diagnósticos siguen basándose en manifestaciones típicamente masculinas, invisibilizando la expresión femenina de la neurodiversidad, que tiende a ser más silenciosa, camuflada y socialmente adaptada… hasta que el cuerpo ya no puede más.

Hoy, algunos países como Australia, Reino Unido o Canadá han implementado programas específicos de inclusión laboral y educativa para personas neurodivergentes, reconociendo que sus habilidades no solo son valiosas, sino necesarias para enfrentar los retos complejos de nuestro siglo. Sin embargo, queda mucho por hacer. En América Latina, estamos apenas aprendiendo a nombrar lo que durante décadas se ha vivido en silencio.

La vida para una mujer neurodivergente es, muchas veces, una lucha silenciosa por entenderse y hacerse entender. Un camino que exige más empatía, más ciencia con perspectiva de género y, sobre todo, más espacios donde estas diferencias no solo se toleren, sino que se reconozcan y se celebren como parte esencial de la diversidad humana.

Porque la verdadera discapacidad no está en el cerebro diverso, sino en una sociedad que insiste en la uniformidad. Como suele decirse en el movimiento por la neurodiversidad: “No necesitamos curar a las personas neurodivergentes. Necesitamos curar una cultura que solo valora un tipo de mente”.

  • ¿Qué es la neurodiversidad? Es la variación natural en las capacidades neurológicas de una población.
  • ¿Por qué es importante visibilizar la neurodiversidad? Para reconocer el valor de las diferentes formas de pensar y aprender, y para crear entornos más inclusivos.
  • ¿Cómo se manifiesta la neurodiversidad en las mujeres? A menudo de forma silenciosa, a través de dificultades para adaptarse a normas sociales rígidas y un mayor riesgo de burnout.

Me encantaría conocer tus dudas o experiencias relacionadas con este tema. Sigamos dialogando; puedes escribirme a [email protected] o contactarme en Instagram en @dra.carmenamezcua. ¡Hasta la próxima!