El Discurso del Envejecimiento vs. la Promesa de la Longevidad
En los debates públicos sobre salud, desarrollo social y políticas gubernamentales, el término “envejecimiento de la población” se ha convertido en una frase común, a menudo asociada con desafíos y problemas futuros. Sin embargo, detrás de esta formulación reside una lógica médica dominante que tiende a priorizar la gestión del deterioro y la enfermedad, en lugar de celebrar las posibilidades de una vida larga y saludable. La palabra “longevidad”, que se refiere a la posibilidad de vivir más años, rara vez aparece en los documentos oficiales o las políticas públicas. En cambio, se prefiere hablar de “envejecimiento”, a menudo con connotaciones negativas de carga, dependencia y costos. Esta elección comunicativa revela una posición conceptual, política y cultural que merece ser analizada críticamente.
El envejecimiento ha sido inscrito dentro de una interpretación biologicista, pero no siempre se ha concebido como una etapa inevitable del ciclo vital. El discurso dominante a menudo lo percibe como un proceso de declive funcional, pérdida de capacidades y mayor exposición a enfermedades. Esta visión ha sido reforzada por el dominio del modelo biomédico, que concibe la salud como la ausencia de patología y se especializa en diagnosticar, clasificar y tratar los déficits. En esta lógica, el envejecimiento se medicaliza: se convierte en una enfermedad en sí misma, incluso si una persona mayor es sana.
La Longevidad como Desafío y Oportunidad
Al introducir la longevidad a la narrativa, se cambia el enfoque. En lugar de centrarse en lo que se ha perdido, nos invita a observar lo que se ha preservado, transformado o incluso adquirido con los años. Introduce conceptos como la variabilidad vital, la trayectoria biográfica, la experiencia acumulada y la capacidad de adaptación social. Pero sobre todo, obliga a formular preguntas que no son fáciles de responder: ¿qué condiciones hacen posible vivir más y mejor? ¿Y por qué esa posibilidad no está distribuida de manera equitativa?
La longevidad, entonces, se vuelve un concepto incómodo para el discurso tecnocrático porque:
* **a)** Muestra la desigualdad estructural: quién llega y quién no llega a viejo, y en qué condiciones.
* **b)** Desafía el modelo de salud centrado en lo curativo y en lo especializado.
* **c)** Exige políticas públicas sostenidas en el tiempo, no intervenciones puntuales.
Tanto el envejecimiento como la longevidad operan en dos niveles, y diferenciarlos puede enriquecer la comunicación y las políticas. Nombrar esta distinción ayuda a evitar errores de comunicación y a plantear acciones distintas. Para el individuo: autocuidado, redes de apoyo, entornos protectores. Para la sociedad: inversión en salud pública, justicia social y entornos equitativos.
Implicaciones para las Políticas Públicas
La planificación para una población “envejecida” no debe confundirse con una sociedad “longeva”. Este contraste semántico revela dos horizontes políticos en competencia: uno orientado a contener los efectos del deterioro, y el otro a la materialización de trayectorias de vida dignas y equitativas. Comprender esta distinción es crucial para reimaginar la acción pública.
Si el envejecimiento se sigue considerando como algo malo para la salud, la respuesta social organizada se centrará en gestionar más hospitales, más medicamentos y más especialistas. Pero si hablamos de la longevidad como un derecho, el horizonte debe ser otro. El interés se vuelca al rediseño del sistema de salud con un enfoque geriátrico, incluyente y comunitario; creando entornos amigables para las personas mayores y valorando la contribución de los adultos mayores a la sociedad.
Es conveniente recordar que la noción de “envejecimiento saludable” fue adoptada por la OMS en 2015 como una evolución del concepto anterior de “envejecimiento activo”, promovido desde 2002. En su momento, el envejecimiento activo representó un avance significativo frente a modelos asistencialistas y pasivos de la vejez, al proponer una visión centrada en la participación, la salud y la seguridad de las personas mayores. Sin embargo, con el tiempo, esta noción mostró limitaciones pues tendía a idealizar trayectorias autónomas y funcionales, sin considerar suficientemente las desigualdades estructurales, la diversidad de capacidades o las condiciones del entorno.
Dos Proyectos para una Sociedad en Disputa
Desde el campo del poder simbólico, como diría Pierre Bourdieu, el lenguaje no es solo un reflejo de la realidad, sino un instrumento de dominación. Nombrar es clasificar, y clasificar es distribuir poder. En este sentido, podría ser que los términos envejecimiento y longevidad son parte de una disputa en la que diferentes actores intentan imponer su visión del mundo.
Michel Foucault considera que los discursos oficiales no son solo expresiones lingüísticas, sino que producen efectos de verdad y un imaginario colectivo. En el caso del envejecimiento, el discurso médico y demográfico ha logrado institucionalizar una visión que asocia el paso del tiempo con deterioro y déficit. El concepto de envejecimiento poblacional opera como una categoría científica pero también disciplinaria, que permite regular cuerpos, asignar recursos y definir prioridades.
Desde esa perspectiva, lo que se observa hoy es una asimetría semántica funcional al orden establecido. Envejecimiento se impone como término legítimo, técnico, medible, institucional, que naturaliza la fragilidad. En cambio, longevidad aparece como palabra periférica, rara vez presente en informes oficiales. Su uso obliga a pensar en derechos y en calidad de vida. La disputa por el lenguaje no es menor: entre envejecimiento y longevidad se enfrentan dos proyectos de sociedad. Uno basado en la contención del deterioro; el otro, en la promoción de vidas plenas y dignas hasta el final del curso vital.
La forma en que nombramos los procesos sociales y biológicos condiciona la manera en que los entendemos, los gestionamos y los valoramos. Hablar de longevidad no es solo una cuestión de optimismo; es una toma de posición ética y política. Implica reconocer que vivir más años no debe ser una amenaza, sino una conquista colectiva, siempre y cuando esté acompañada de derechos, cuidados y justicia. En el fondo, no estamos discutiendo sólo palabras. Estamos eligiendo el tipo de sociedad que queremos construir.
*El autor es profesor Titular del Dpto. de Salud Pública, Facultad de Medicina, UNAM y Profesor Emérito del Dpto. de Ciencias de la Medición de la Salud, Universidad de Washington.*
*Las opiniones vertidas en este artículo no representan la posición de las instituciones en donde trabaja el autor.*
*[email protected]; [email protected]; @DrRafaelLozano*