a man in a blue scrub suit holding the hand of a woman in a white cast on her arm, Anne Rigney, cybe

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Maltrato en la Vejez: Una Realidad Oculta en las Instituciones de Cuidado

El Día Nacional de las Personas Mayores: Un Momento para Confrontar el Maltrato Invisible

Cada 28 de agosto se conmemora en México el Día Nacional de las Personas Mayores, una fecha dedicada a honrar la vida y la sabiduría de aquellos que han recorrido largas trayectorias. Sin embargo, esta fecha también se convierte en un recordatorio incómodo de una realidad que a menudo queda oculta: el maltrato que ocurre en las instituciones de cuidado, donde se supone que la atención y el bienestar son prioritarios. El Instituto Nacional de Geriatría (ING) advierte que las prácticas nocivas, aunque a veces se presentan como “normales”, vulneran sistemáticamente la dignidad, los derechos y la salud emocional de las personas mayores que residen en estas instalaciones.

Maltrato que no siempre se ve: Más allá del golpe físico

El maltrato, tal como lo define la Organización Mundial de la Salud, no se limita a actos físicos directos como golpes o agresiones. También abarca la omisión, la negligencia y el trato despectivo, que son igualmente dañinos. Este tipo de violencia está estrechamente relacionado con el edadismo, que se manifiesta en tres formas: institucional (basado en las estructuras y dinámicas de la institución), relacional (en las interacciones entre residentes y personal) y autoinfligido (cuando la persona mayor internaliza actitudes negativas hacia sí misma debido a su edad). El tipo más frecuente y, a menudo, el más invisible es el maltrato emocional.

La investigadora Nancy Flores ha dedicado años a estudiar este fenómeno, revelando que el edadismo puede manifestarse de maneras sutiles pero devastadoras. Esto incluye la infantilización de los residentes, que se les trata como niños en lugar de adultos con sus propias experiencias y deseos. También se observa la autoexclusión, cuando las personas mayores son consideradas “inútiles” y no se les permite participar en actividades o tomar decisiones. El silencio administrativo ante el fallecimiento de un compañero también es una forma de maltrato, impidiendo que los residentes puedan procesar su duelo.

Además de estas formas más evidentes, existen abusos que son difíciles de nombrar pero igualmente perjudiciales: comentarios despectivos entre residentes (“olores a viejo”), ignorancia de las costumbres previas y la supresión del derecho al placer, incluyendo el derecho a la sexualidad y la diversidad. En lugar de un cuidado respetuoso, se produce una deshumanización sistemática.

Abusos justificados por la “falta de personal”

Muchas prácticas nocivas se han normalizado bajo el pretexto de la escasez de recursos humanos. Entre ellas, las sujeciones físicas (atar a una persona para evitar que se caiga) y la sujeción médica (administrar medicamentos para mantener a una persona dormida o sedada). Estas estrategias se justifican con la intención de “controlar” a los residentes, pero a costa de su bienestar físico, psicológico y humano. La falta de capacitación del personal también contribuye a la perpetuación de estas prácticas.

La investigadora Sara Torres Castro denuncia el uso excesivo de medicamentos para mantener a los residentes dormidos, situación que se observa en varias residencias de la Ciudad de México. “Familiares llegan a visitar y encuentran a sus seres queridos dormidos o sedados”, relata. Este tipo de manejo, sin una justificación médica clara y prolongada, es un signo de negligencia y deshumanización.

La negligencia también se manifiesta en detalles aparentemente insignificantes: encender las luces sin avisar, bañar a los residentes con falta de cortesía, no ofrecer una alimentación adecuada y administrar medicamentos fuera del horario establecido. Estos gestos acumulados rompen la experiencia de habitar un lugar que debería sentirse como hogar, socavando la sensación de pertenencia y seguridad.

El espacio que no es propio

Las condiciones físicas de las instituciones también juegan un papel importante en la reproducción del maltrato. Compartir habitación sin posibilidad de privacidad, restringir objetos personales bajo pretextos de orden o higiene y ignorar las costumbres previas de los residentes les arrebatan el sentido de pertenencia y la posibilidad de apropiarse del espacio. Más allá del mobiliario o las normas, lo que más se pierde es la intimidad, la autonomía y el derecho al placer. El derecho a la sexualidad, a la diversidad, a la expresión emocional y al deseo siguen existiendo, aunque muchas instituciones lo silencian.

¿Quién cuida al que cuida?

El personal de cuidado también enfrenta condiciones adversas: falta de capacitación, agotamiento emocional y poca empatía forman un cóctel que puede deshumanizar la atención. Incluso cuidadores bien intencionados pueden caer en conductas abusivas cuando el ambiente laboral es tóxico o la presión se vuelve insostenible. Las prácticas abusivas pueden ser aprendidas y perpetuadas dentro del equipo, convirtiéndose en parte de la rutina.

Hacia una cultura del buen trato

Las especialistas coinciden en que no basta con buenas intenciones o infraestructura. Hace falta una transformación profunda del modelo de atención, centrada en la persona y respetuosa de sus derechos humanos. Esto implica:

  • Diseñar protocolos de buen trato desde el primer contacto.
  • Fomentar la comunicación empática, sin infantilizar ni despersonalizar.
  • Brindar acompañamiento psicológico al personal para prevenir el burnout.
  • Formar al equipo en diversidad, género, demencia y cuidados complejos.
  • Crear entornos que promuevan la autonomía, el placer y el respeto por la historia de vida de cada residente.
  • Implementar de manera real la Convención Interamericana sobre los Derechos de las Personas Mayores, que México ratificó en 2022, pero sigue sin aterrizarse en muchos espacios.

Hambre en silencio

Uno de los hallazgos más crudos compartidos por las especialistas fue el de personas mayores que expresan sentir hambre dentro de las instituciones. Para “aguantar” entre comidas, compran galletas o comparten alimentos entre ellos. Esto no solo refleja una deficiencia nutricional, sino una inseguridad alimentaria institucionalizada, que coloca a las personas mayores en una situación constante de vulnerabilidad.