Un Crecimiento Económico sin Bienestar Social: El Desafío Global
Las últimas semanas han dejado muy claro que, en términos económicos, poco o nada importa mejorar la calidad de vida de las personas. Desde que empezó el año, hemos visto cómo diversos indicadores económicos se mueven sin ton ni son, impulsados especialmente por las decisiones de Estados Unidos respecto a la imposición de aranceles a prácticamente todos los países del mundo. Como era de esperarse, esto ya empieza a reflejarse en las proyecciones de crecimiento de organismos como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial.
Y sí, es completamente normal: son proyecciones basadas en una situación actual muy volátil. Sin embargo, eventos recientes, como el fallecimiento del Papa Francisco, han vuelto a poner en el centro de la discusión el tema de la desigualdad social, esa vieja deuda pendiente del sistema económico mundial.
Para entender este berenjenal, tenemos que empezar por el principio: la experiencia de los últimos años nos deja claro que puede haber crecimiento económico sin desarrollo social, pero no existe desarrollo sin crecimiento económico. Lo primero que necesitamos es hacer más grande el pastel, para luego repartirlo mejor entre más personas. Porque si algo es seguro en el futuro, es que el número de bocas que alimentar seguirá aumentando.
Así pues, el crecimiento económico es el primer paso para mejorar la calidad de vida de la gente. No es sólo un asunto de cifras: hablamos de la posibilidad de acceder a más y mejores bienes y servicios que permitan satisfacer necesidades de forma digna.
Sin embargo, si solo nos enfocamos en producir más, sin considerar el fin último de ese incremento —es decir, el bienestar de la gente—, caemos en el riesgo de un crecimiento vacío. Uno que no mejora vidas, solo agranda estadísticas.
En las últimas semanas, las políticas económicas de Estados Unidos —el país con la economía más grande del mundo— han puesto en jaque a muchas otras naciones. No solo se trata de encarecer productos para el consumidor estadounidense; también disminuye el consumo de bienes importados, afectando a los países exportadores que ven caer su producción, ingresos y, eventualmente, sus empleos.
Cuando cae la producción, cae también la recaudación fiscal. Y aquí empieza la espiral descendente: menos empleo significa menos consumo, menos impuestos y más pobreza.
Pero el impacto no se queda ahí. Una menor recaudación afecta directamente a la capacidad de los gobiernos para sostener los bienes públicos esenciales, como la salud, la educación y la infraestructura.
Cuando los ingresos fiscales disminuyen, los gobiernos enfrentan un dilema: o recortan servicios —empeorando su calidad o eliminándolos por completo— o bien recurren a la contratación de deuda. Esta última opción, aunque puede dar un respiro momentáneo, termina siendo una carga pesada en el mediano y largo plazo, afectando sobre todo a los sectores más vulnerables.
Así, sin crecimiento que respalde finanzas públicas sanas, el desarrollo se frena, las brechas de desigualdad se agrandan y el círculo vicioso de la pobreza se convierte en una trampa todavía más difícil de romper.
A nivel internacional, según datos recientes del Banco Mundial y Naciones Unidas, alrededor de 700 millones de personas —el 8.5% de la población mundial— viven en pobreza extrema (sobreviviendo con menos de 2.15 dólares al día). Y si a eso le sumamos la pobreza multidimensional (aquella que incluye carencias de salud, educación y vivienda, no sólo de dinero), la cifra sube a 1,100 millones de personas.
Aunque se ha reducido la pobreza extrema en los últimos años, la pobreza multidimensional sigue siendo un monstruo que se niega a bajar del ring. La pandemia de COVID-19 solo vino a empeorar las cosas, especialmente en países como México, donde los sistemas de salud no estaban precisamente para presumirse.
Ahora, con el nuevo panorama arancelario, la situación podría agravarse aún más, afectando a países cuya producción depende casi exclusivamente de las exportaciones.
La lección parece clara: sin un modelo económico que ponga el bienestar de las personas en el centro, el crecimiento no sirve de mucho. Crecer por crecer no es una estrategia; es una receta segura para más desigualdad.
Preguntas y Respuestas Clave
- ¿Qué significa el “círculo vicioso de la pobreza”? Es una situación donde la falta de recursos económicos lleva a más pobreza, que a su vez limita el acceso a educación y oportunidades, perpetuando la pobreza.
- ¿Cuál es el impacto de los aranceles? Disminuye la demanda de productos importados, lo que afecta a los países exportadores y puede llevar a una caída en la producción, el empleo y los ingresos fiscales.
- ¿Por qué es importante poner el bienestar de las personas en el centro del modelo económico? Porque un crecimiento que no se traduce en mejoras en la calidad de vida, como acceso a salud, educación y vivienda digna, es un crecimiento vacío que solo agranda las desigualdades.
- ¿Qué porcentaje de la población mundial vive en pobreza extrema? Alrededor del 8.5%.
- ¿Qué es la pobreza multidimensional? Va más allá de la falta de ingresos y abarca carencias en salud, educación y vivienda.
El autor es académico de la Escuela de Gobierno y Economía y de la Escuela de Comunicación de la Universidad Panamericana, consultor experto en temas económicos, financieros y de gobierno, director general y fundador del sitio El Comentario del Día y conductor titular del programa de análisis: Voces Universitarias.
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