El Desafío de la Comunidad Vulnerable
Vivir en un condominio implica compartir más que muros: compartimos techos, áreas verdes, estacionamientos y, en muchos casos, la vulnerabilidad frente a fenómenos climáticos que no distinguen propiedad privada de espacio común. Las lluvias intensas, cada vez más frecuentes en nuestras ciudades, se han convertido en un recordatorio incómodo de lo frágiles que pueden ser nuestras viviendas cuando la prevención no forma parte de la agenda colectiva.
He visto cómo una tormenta de apenas unas horas puede transformar la cotidianidad de una comunidad: estacionamientos convertidos en estanques improvisados, pasillos cubiertos de agua que se filtra por techos descuidados y vecinos desesperados intentando salvar pertenencias almacenadas en bodegas. No es exageración, es la realidad a la que se enfrentan cientos de condominios cada temporada de lluvias.
En los conjuntos verticales, la planta baja y los sótanos suelen ser los primeros en rendirse ante el agua. En los horizontales, las canchas y áreas comunes se convierten en ríos que tarde o temprano encuentran salida hacia alguna vivienda. Y en ambos casos, el techo se vuelve un enemigo silencioso cuando la impermeabilización se aplaza año tras año.
Lo curioso es que muchas veces el agua no es la única responsable: la desidia también juega su papel. Coladeras tapadas por basura, equipos de bombeo que no reciben mantenimiento y juntas de vecinos que aplazan decisiones hasta que el problema ya se desbordó.
Comunidad Vulnerable
Una inundación no discrimina entre vecinos cumplidos y morosos, entre propietarios antiguos o recién llegados. El agua recuerda a todos que la vida en condominio no es individualista, que lo que uno deja de atender tarde o temprano afecta a los demás. Ese recordatorio es incómodo, pero también poderoso: obliga a pensar en la gestión de los espacios comunes no como un gasto innecesario, sino como un seguro de vida comunitario.
Me parece que ahí está el verdadero reto. No es solo impermeabilizar a tiempo o limpiar las coladeras antes de la temporada de lluvias, es reconocer que la seguridad y la tranquilidad en un condominio dependen de una cultura de corresponsabilidad. Una comunidad que no discute abiertamente cómo enfrentar los riesgos naturales, que no confía en su administrador, ni respalda las decisiones de su comité, se coloca en una posición mucho más vulnerable de la que cree.
El cambio climático no entiende de excusas presupuestales, ni de asambleas postergadas. Y cada vez que se aplaza la inversión en mantenimiento, el costo real lo termina pagando la comunidad entera: vecinos que pierden autos en sótanos inundados, familias que enfrentan daños estructurales y adultos mayores que ven limitada su movilidad porque los accesos quedaron bloqueados.
Es cierto que ninguna comunidad puede blindarse por completo ante los fenómenos meteorológicos. Pero sí puede reducir, y mucho, la magnitud del daño. Lo que está en juego no son únicamente los bienes materiales, sino la confianza entre vecinos y la capacidad de organización frente a la adversidad. Esa es la diferencia entre un condominio que atraviesa una crisis y otro que queda marcado por ella durante años.
Hoy, más que nunca, vivir en condominio exige entender que la prevención no es un lujo, sino una obligación compartida. Las lluvias seguirán llegando, algunas con más fuerza de la que imaginamos. La pregunta es si nos van a encontrar preparados o como tantas veces, rezando porque esta vez el agua no llegue hasta la puerta de nuestra casa.
** El autor es country manager de ComunidadFeliz.mx en México.
Destacado por liderar la expansión de la proptech en el mercado mexicano con estrategias innovadoras en ventas y retención de clientes. Su enfoque en metodologías ágiles ha sido clave para optimizar la adquisición y monetización de usuarios. Con experiencia en gestión de riesgos y conservación, Mondaca impulsa la eficiencia operativa y el crecimiento sostenible de la empresa.